Wikipedia

Resultados de la búsqueda

Buscar este blog

Mostrando entradas con la etiqueta SABIAS QUE.... Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta SABIAS QUE.... Mostrar todas las entradas

miércoles, 14 de marzo de 2018

“El estrés genera mucho ruido cerebral y afecta a capacidades como la memoria”

El prestigioso neurocientífico Tomás Ortiz Alonso, experto en educación, ha dedicado buena parte de su vida a desentrañar los misterios del cerebro. En los próximos 30 años, confía, la ciencia por fin tendrá certezas sobre cómo funciona.
  CUARENTA AÑOS”, responde con entusiasmo imperecedero y como si hablara de días Tomás Ortiz Alonso, médico y psicólogo, cuando se le pregunta cuánto hace que el cerebro humano es su gran pasión. Nacido en Guadalajara hace 67 años y catedrático de Psicología Médica en la Universidad Complutense de Madrid, es un experto de prestigio internacional que desarrolla programas neuroeducativos en niños para “activar los mecanismos cerebrales que procesan la información y que permiten construir autopistas neuronales de aprendizaje”. Suena complejo, pero Ortiz Alonso lo explica sin perder la sonrisa con una imagen que, además de sencilla, es radiante: “La diferencia entre un cerebro que se ejercita en la escuela de forma ordenada, regular y sostenida y otro que no lo hace es la misma que existe entre un árbol visto en otoño y en primavera”.
Divorciado y padre de tres hijos (“una es neurorradióloga en Harvard; otra, experta en neuroeconomía, y el otro, abogado que se prepara para ser juez”), Ortiz Alonso dirige además la colección Neurociencia y Psicología que publicará El País a partir del próximo domingo. Cuarenta títulos sobre los descubrimientos más recientes que exploran las relaciones entre el cerebro y el entorno, los procesos cognitivos y emocionales y la conducta humana. Un anticipo de esa compilación es este diálogo, mantenido el mediodía de un jueves en Buenos Aires, donde está desarrollando Visión táctil, un proyecto digno de un escritor de ciencia-ficción, pero con efectos muy reales: tecnología mediante, el programa permite que niños ciegos de nacimiento puedan “leer a medio metro” gracias a un sistema que capta información visual y la traduce a impulsos táctiles.

¿Cuándo y por qué empezó a interesarle el cerebro? Estudiaba Psicología, pero me fascinaba saber cómo pensamos, cuáles son nuestras emociones y cómo eso se refleja en el cerebro. Los conocimientos de las teorías psicológicas no alcanzaban a responder esas preguntas. Por eso hice también Medicina.
 Si tuviera que trazar un mapa de lo más importante que aprendimos del cerebro en estas décadas, ¿qué diría? Antes una persona tenía un accidente, perdía el habla y deducíamos que esta podía relacionarse con la zona cerebral donde se producía la lesión. Ese conocimiento era indirecto. Ahora tenemos información directa y en tiempo real mientras el cerebro realiza una función. Ese ha sido el gran salto. Estamos conversando y podríamos ver cuáles son las áreas que se activan mientras escuchamos o hablamos, mediante una serie de técnicas de registro. La resonancia magnética, por ejemplo, permite ver cuál es el metabolismo de las neuronas cuando realizan una función. A más metabolismo se supone que hay más actividad y eso se co-relaciona directamente con las funciones que se ejecutan.
 En el imaginario cultural el cerebro parece haber reemplazado al corazón, del que se suponía provenían virtudes y flaquezas. Hoy, la neurobiología y el inconsciente lo explican todo. ¿Qué hay de mito y qué de realidad? A lo largo de la historia, en ocasiones se transmite un error científico porque quien lo difundió inicialmente fue una gran persona. Aquí el error proviene de la filosofía de Aristóteles. Él creía que las funciones cognitivas que nos permiten recibir, seleccionar, almacenar, elaborar y recuperar información ambiental estaban en el corazón. Ese error explica que una persona diga: “Te quiero con todo mi corazón”. Si es así, no le quieres nada y no es curioso que haya tantos divorcios [ríe]. Sucede en la cabeza. El corazón no tiene ningún sentimiento: es un mero receptor de una estimulación cerebral, asociada a una emoción. Hoy se conocen incluso áreas cerebrales más implicadas en una función emotiva que en una cognitiva. Pero parece que decirle a una chica “te quiero con todo mi hipotálamo” no pega.
  Sus investigaciones subrayan la necesidad de ejercitar el cerebro de los niños ordenada y sistemáticamente como clave para mejorar el aprendizaje. ¿Qué lugar ocupa el ocio en ese modelo?  El ocio es una construcción cultural. El cerebro no lo entiende: siempre está haciendo algo. Incluso en el tiempo que llamamos “libre”, leemos o caminamos o nos ejercitamos… Trabaja también durante el sueño: hay una parte, el tronco, que debe funcionar para poder respirar. Está probado que si lo estimulamos ordenada y sistemáticamente y lo hacemos todos los días con cosas sencillas (ejercicios de equilibrio y de atención, por ejemplo), la neuroplasticidad es mayor: se generan nuevas neuronas en una estructura que se llama hipocampo, asociada a la memoria. Y esas nuevas conexiones se vuelven estables, que es lo que se requiere para aprender. Por el contrario, cuando no lo entrenamos nos cuesta retomar el ritmo, como sucede cada lunes.
“La diferencia entre un cerebro que se ejercita en la escuela de forma ordenada y otro que no lo hace es la misma que existe entre un árbol visto en otoño y en primavera”
 Déjeme defender el descanso. Un ensayo reciente, 24/7: Capitalismo tardío y el fin del sueño, de Jonathan Crary, denuncia que el capitalismo actual, en su intento de extraer rentabilidad de todo, va incluso por nuestras horas de sueño. ¿Cómo incide dormir poco en la productividad? Tiene efectos nocivos y es un muy mal negocio. Necesitamos cinco ciclos de sueño y cada uno dura entre 90 y 120 minutos. Lo ideal es dormir de 7 a 9 horas. Menos perturba la memoria. En un niño hace que no esté atento; en un adulto afecta su concentración y, por ende, su eficacia. En esos términos, quizá podríamos acordar que el sueño sería el ocio que necesita el cerebro para poder trabajar después a todo ritmo y recuperar la información que adquirió durante el día. Niños que descansan bien tienen un buen desarrollo madurativo. Y por el contrario, los pequeños que duermen mal sufren de déficit de atención.
 ¿Varía la neuroplasticidad con la edad? La plasticidad es la capacidad que tiene el cerebro de aumentar las conexiones neuronales como consecuencia de la estimulación ambiental. A más estímulos, más plasticidad. Tiene dos fases. La primera es lábil, poco estable y nada útil. Para que lo sea necesitamos repetir las cosas. En otras palabras: podemos oír 20 idiomas, pero útil es el que practicamos todos los días. Existen ventanas temporales durante las cuales se favorece la plasticidad neuronal. Las asociadas a la edad se llaman “tiempos críticos”. Hay periodos en la infancia en los que cualquier estímulo genera plasticidad neuronal estable. Se supone que puedes ser bilingüe si has aprendido los dos idiomas antes de los siete años, porque tu plasticidad es tan grande que permite incluso desarrollar las entonaciones con las que habla un nativo. El bilingüismo aumenta la capacidad cerebral al incrementar la actividad del hemisferio derecho. Y eso es importante porque un cerebro multilingüe responde mejor a diversos estímulos en distintas situaciones.
 ¿La motivación puede salvar el escollo de un aprendizaje a destiempo? La psicología incide en ello. Hay una plasticidad neuronal muy rápida, asociada a intereses y motivaciones. Una persona puede aprender a hablar rápidamente un idioma, si dependen de eso sus hijos, su vida, su trabajo. Esa motivación es suficientemente alta para aprender cualquier cosa a cualquier edad. Las personas a las que les gusta el fútbol, por ejemplo, saben enseguida los nombres de los futbolistas de su equipo y la historia de sus goles al detalle. Los intereses primarios aceleran mucho los procesos de aprendizaje y de plasticidad cerebral.
 ¿Y la sobreexigencia?¿Afecta el estrés a nuestras habilidades intelectuales? Genera mucho ruido cerebral. Imagina que estás en una fiesta e intentas hablar con un amigo, pero hay tanto escándalo que ni siquiera lo oyes. El estrés impide desarrollar capacidades. Inhibe la plasticidad cerebral. Es una enfermedad silenciosa: aumenta una sustancia llamada cortisol que afecta los receptores del hipocampo, que ya no consiguen desarrollar su capacidad de memoria, atención y codificación de cosas nuevas. ¿Cómo lo eliminas? En situaciones de relajación, donde te has aislado físicamente del ruido visual, auditivo, táctil. Sucede también con la depresión o con un trastorno obsesivo compulsivo: son ruidos cognitivos, psicológicos, emocionales. Un pensamiento que está constantemente introduciéndose en lo que haces, distorsiona y te impide actuar con calidad. 
En sus conferencias destaca usted el papel del juego. ¿Jugamos poco los adultos? Decía Ramón y Cajal en 1923 que “el juego es una preparación necesaria para la vida”, que imprime un sello, a la vez intelectual y moral. En él intervienen factores motivacionales, de novedad, de interacción de unos con otros, de competitividad, que contribuyen al desarrollo en una época de gran neuroplasticidad. A más novedad, el cerebro capta información a más velocidad y la archiva mucho mejor. La pregunta es por qué los adultos no seguimos jugando. ¿Hemos perdido esa capacidad? Es una gran pregunta y sucede en todas las culturas. Antes de la Revolución Industrial, el alumno aprendía de una forma práctica y utilizaba más el juego que nosotros. Es decir, el pintor enseñaba pintando. Eso contribuía a desarrollar más el juego a lo largo de la vida. En nuestra sociedad, la memoria y el conocimiento están asociados a los sistemas educativos. Con juegos se tardaría más tiempo y hoy la rapidez es un valor.
 ¿Cómo relaciona la necesidad de repetir para aprender con el concepto estrella de esta época: la creatividad? Hay muchas teorías. Yo creo que el mejor chiste en una conferencia es el que has ensayado muchas veces. El cerebro no imagina cosas de la nada. Creativo es quien desde una sistematización de información desarrolla algo distinto. Pero a partir de una estructura muy documentada. Se han dado casos en los que la idea llega en estado de reposo, sin ningún tipo de estímulos. Alguien venía buscando una respuesta que surge de pronto; pero antes de ese momento hubo mucho trabajo estructural, ordenado y sistematizado. No fue espontáneo.
“El estrés genera ‘ruido’ e impide desarrollar capacidades como memoria, atención y codificación. Inhibe la plasticidad cerebral.
Es una enfermedad silenciosa 

Distintos bestsellers promocionan la “inteligencia emocional”, asociada a la posibilidad de dirigir con éxito lo sensitivo. ¿Qué opinión le merece? Es un enfoque más psicológico, pero soy crítico. Desde la neurociencia es poco consistente. Las respuestas emocionales son previas a cualquier proceso cognitivo, con lo cual sería difícil modificarlas. Si tú ves una araña, enseguida te retiras. Si empiezas a pensar que es una araña, te pica. Después sí, vendría una respuesta cognitiva: “Era una araña”. Se podría hablar de una terapia para identificar la araña. Pero lo que no sabemos es cómo, identificándola, tu respuesta sería no retirarte.
 ¿Somos esclavos de nuestras emociones entonces? Mucho. La neurociencia se acerca más al conocimiento de cómo se producen las emociones que a terapias concretas. Eso no quiere decir que no podamos usar ese conocimiento científico para intentar algunas cosas…
Cuénteme. Si es verdad que la respuesta emocional es inmediata y, a la vez, que para tener una plasticidad cerebral eficiente se necesitan muchos estímulos ordenados y a lo largo del día y todos los días, es muy difícil hacer una terapia. Pero hay una técnica con la que sí se consigue esa respuesta: la sonrisa. La sonrisa es un proceso emocional positivo que el niño adquiere a partir de la sonrisa de la madre y que permanece a lo largo de su vida. Por eso colocamos imágenes de sonrisas en las aulas. De tal forma que, nada más que levanten la cabeza cuando vean al profesor, siempre las verán. Generan automáticamente una respuesta positiva, distinta a la que obtendrías junto a personas tristes o agresivas.
 ¿Rinde la empatía en el mundo corporativo? ¿La gente feliz produce más y mejor? Sí. Porque el siguiente conocimiento que nos ofrece la neurociencia es que las situaciones tienen una representatividad en el cuerpo. Hay un dicho en latín: “Mens sana in corpore sano”. Yo creo que es al revés. En la medida en que te encuentras bien físicamente se producen estímulos que benefician la salud de tu mente. Eso sería lo que la neurociencia aporta: ir de lo simple a lo complejo. Sabemos, por ejemplo, que si uno no está bien hidratado, disminuye su atención. Hidratarse cinco minutos antes de una clase no cuesta nada y rinde mucho. Si tú tienes el cuerpo sano, recibes sonrisas, trabajas en un ambiente agradable, sin frío, ni calor, ni odio, ni agresión, tu cerebro funciona mejor que en un sitio donde sientes hostilidad ambiental, emocional o de cualquier otro tipo.
 Entender más la química cerebral ha generado la sensación de que existe una pastilla para resolver cualquier déficit. ¿Cuáles son los riesgos de esa mirada? Los fármacos sirven para regular sustancias que el cerebro no tiene o ha perdido y que son necesarias. No desarrollan una función, permiten que puedas realizarla. Se ataca un aspecto del problema, pero no se resuelve la parte psíquica que requiere terapias para recuperar las funciones. La ayuda farmacológica disminuye el nivel de sufrimiento, pero si el problema que lo ocasiona subsiste, allí queda. No hay un medicamento que mágicamente devuelva la memoria. Tampoco pastillas de la felicidad.
 ¿Su presencia en Argentina se relaciona con alguna investigación? Trabajo en un programa que vengo desarrollando en España desde hace 20 años y que aspiramos a profundizar aquí con un acuerdo con la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia. Se llama Visión táctil y consiste en lograr que niños ciegos de nacimiento puedan leer a distancia.
¿Cómo? Mediante una micro cámara que el niño usa en unas gafas parecidas a las de 3D. El sistema capta la información visual a medio metro, una letra por ejemplo, y la transmite a través de bluetooth a un dispositivo que genera impulsos táctiles que él percibe en la mano, donde aparece globalmente la letra en milisegundos. Esa suerte de “imagen” táctil de la letra se transmite al cerebro, que la reconoce como tal. Es un proceso de aprendizaje. Hemos hecho investigaciones en adultos, pero se avanza más lentamente.
La tecnología auspicia a otra vedette: la inteligencia artificial. Le confieso que siento cierto rechazo: suena a Victor Frankenstein, tratando de armar una criatura a su imagen y semejanza. No soy experto en inteligencia artificial y, aunque entiendo su escozor, creo que en el ámbito de la neurociencia, los robots o programas específicos nos ayudarán a mejorar muchísimo cerebros que estén lesionados. Podremos actuar sobre la capacidad de reestructuración de esos cerebros o con desarrollos asociados a la memoria, de forma más interactiva.
 ¿Qué nos falta conocer del cerebro que va a cambiarlo todo? Algo muy sencillo: cómo funciona. Solo tenemos pistas. ¿Qué dispara el autismo, por ejemplo? No sabemos. Sí, que hay un área del cerebro autista que en apariencia no tiene neuronas en espejo, que son las células capaces de percibir la imagen emocional de otra persona. O dilucidar por qué la gente se enamora o deja de quererse. Sabemos que cuando una persona se enamora hay un cambio hormonal: ciertas áreas límbicas se encienden y tienen una actividad tan potente que inhibe las áreas perceptivas. El enamorado cambia la impresión que tiene sobre el otro. “El amor es ciego”, dice el refrán. Debe ser un mecanismo muy simple que genera miles de conexiones, actividades e interacciones, pero todavía no lo conocemos. El bosque no nos deja ver lo que hay detrás. Avanzamos, pero probablemente necesitemos mirar el cerebro desde arriba, mirar el bosque más desde lo alto, para identificar qué hay y cómo se conecta. En los próximos 30 años, seguramente resolveremos el enigma. 
Tomás Ortiz Alonso dirige la colección Neurociencia y Psicología que se publicará semanalmente en el diario El País a partir del 28 de enero.

jueves, 1 de febrero de 2018

Fotografías en el momento justo.

Un Polizón sin Suerte.


Keith, terminando su último viaje. Fuente.

Keith Sapsford tenía solo 14 años y unas ganas locas por conocer mundo. Vivía en un reformatorio a las afueras de Sydney y el 23 de Febrero de 1970 decidió escapar rumbo a la aventura. Caminó hasta el aeropuerto y se coló en el tren de aterrizaje de un DC-8 de Japan Air-lines donde permaneció varias horas esperando el embarque de los que sí tenían un futuro (planeado). Durante el despegue —a 100 metros de altura— el movimiento del retracción de las ruedas provocó la caída de Keith. John Gilpin, un fotógrafo —todavía aprendiendo a caminar— captó involuntariamente el dramático momento durante una de sus sesiones habituales de spotting. No se dio cuenta hasta que reveló los negativos. La imagen le acompañaría el resto de su vida. A mí también.

¿Qué hace un alce vivo y colgado del tendido eléctrico?

domingo, 14 de enero de 2018

8 CUALIDADES DE LAS PERSONAS CULTAS (SEGÚN ANTÓN CHÉJOV)


Ser culto, una cualidad que puede ser polémica y aun peyorativa, pertenece sin embargo a un modo de ser y estar en el mundo que naturalmente nos hace más buenos, mejores, más humanos, o al menos así es como lo entendió el gran escritor ruso Antón Chéjov.
Hay un concepto de cultura que nos remite de inmediato al humanismo del Renacimiento y probablemente al progreso de la Ilustración, esa idea que probablemente tenga raíces un tanto más remotas (pero no tanto) y la cual entiende la cultura como el conocimiento que cultiva y engrandece, que nos da más recursos para entender nuestro mundo pero también ―en un sentido moral, que lejos de ser censurable, merece, por el contrario, alentarse― nos vuelve ipso facto más compasivos, más humanos.
Por desgracia, sabemos bien que el mundo está más o menos poblado de personas que fundamentan cierta ilusoria superioridad en la cultura que poseen. “Listillos”, los llama Irvine Welsh en varias de sus novelas, ironizando en torno a ese tipo de comportamiento en que, según sea la ocasión y el entorno, toma la forma de la arrogancia, el desdén y en general el desprecio por todos aquellos que no se encuentren a la par de las lecturas hechas, las películas vistas, la música escuchada, los países visitados y un amplio aunque paradójicamente limitado etcétera. 
¿Qué significa ser culto? Quizá, en última instancia, nada de eso, al menos no si nos inclinamos por esa tradición del pensamiento que no teme combinar conocimiento y moral para que ambos formen mejores personas. En algún punto de nuestra cartografía personal, leer una o diez novelas está o debería estar conectado con nuestra capacidad para prestar algún tipo de ayuda a un desconocido en la calle.
¿Podemos escuchar una pieza de Bach, quedar arrobados por su belleza, sentir que gracias a Bach la vida vale la pena ser vivida y, aun así, no actuar en consecuencia y, digamos, ser capaces de cuidar de una planta y regarla todas las mañanas? Hasta cierto punto, algo tiene de condenable e hipócrita el sibarita estéril que dice amar la belleza y sin embargo no hace nada para asegurar su presencia y persistencia en este mundo. “Belleza más piedad: eso es lo más cerca que podemos llegar a una definición de arte. Donde hay belleza hay piedad, por la simple razón de que la belleza debe morir”, dijo alguna vez Vladimir Nabokov.
La lista que presentamos a continuación enumera las 8 cualidades que, según el gran escritor ruso Antón Chéjov, distinguen a una persona verdadera, auténticamente culta, alguien que de algún modo ha comprendido que la sapiencia es tal cuando enaltece pero no ensoberbece, cuando nos distingue de los demás pero no nos pone, en modo alguno, por encima de nadie.
Los puntos provienen de una carta que un joven Antón de 26 años escribió a su hermano Nikolai cuando éste tenía 28 y comenzaba a ganar fama como pintor en la capital rusa. Fechada en Moscú en 1886, la misiva pretende ser una serie de consejos para un artista incipiente que, según el modelo romántico, se quejaba de que nadie lo entendía. “La gente te entiende perfectamente bien. Si tú no te entiendes a ti mismo, no es culpa de ellos”, le escribió entonces Chéjov, en un tono recriminatorio, pero también totalmente lúcido y, lo más importante, coherente.
Se trata, en suma, de un documento que vale la pena conocer y reflexionar, confrontar con nuestras propias actitudes y preguntarnos en qué medida convertimos lo que sabemos en acciones que hacen bien a nuestro mundo ―nuestro pequeño, íntimo mundo.
1. Respetan la personalidad humana y, por lo mismo, son siempre amables, gentiles, educados y dispuestos a ceder ante los otros. No hacen fila por un martillo o una pieza perdida de caucho indio. Si viven con alguien a quien no consideran favorable y lo dejan, no dicen “nadie podría vivir contigo”. Perdonan el ruido y la carne seca y fría y las ocurrencias y la presencia de extraños en sus hogares.
2. Tienen simpatía no sólo por los mendigos y los gatos. Les duele el corazón por aquello que sus ojos no ven. Se levantan en la noche para ayudar a P. […], para pagar la universidad de los hermanos y comprar ropa a su madre.
3. Respetan la propiedad de otros y, en consecuencia, pagan sus deudas.
4. Son sinceros y temen a la mentira como al fuego. No mienten incluso en pequeñas cosas. Una mentira significa insultar a quien escucha y ponerlo en una posición más baja a ojos de quien habla. No aparentan: se comportan en la calle como en su casa y no presumen ante sus camaradas más humildes. No son proclives a balbucear ni obligan la confidencia impertinente de los otros. Por respeto a los oídos de otros, callan más frecuentemente de lo que hablan.
5. No se menosprecian por despertar compasión. No tensan las cuerdas de los corazones de los demás para que los otros giman y hagan algo (o mucho) por ellos. No dicen “Soy un incomprendido” o “Me he vuelto de segunda mano” porque todo eso es perseguir un efecto simplón, es vulgar, rancio, falso…
6. No tiene vanidad superflua. No se preocupan por esos falsos diamantes conocidos como celebridades, por estrechar la mano del ebrio P.*, por escuchar los arrebatos de un espectador extraviado en un espectáculo de imágenes, o ser reconocido en las tabernas. […] Si ganan unos centavos, no se pavonean como si estos valieran cientos de rublos, y no alardean de poder entrar donde otros no son admitidos. […] Los verdaderamente talentosos siempre se mantienen en las sombras entre la muchedumbre, tan lejos como sea posible del reconocimiento. Incluso Krylov** dijo que el barril vacío da un eco más sonoro que el lleno.
7. Si tienen un talento, lo respetan. Le sacrifican el descanso, las mujeres, el vino, la vanidad […]. Se sienten orgullosos de su talento […]. Además, son fastidiosos.
8. Desarrollan para sí la intuición estética. No pueden ir a dormir con la misma ropa, ven las grietas de las paredes llenas de insectos, respiran un mal aire, caminan en el piso recién escupido, cocinan sus alimentos sobre una estufa de aceite. Pretenden tanto como sea posible contener y ennoblecer el instinto sexual. […] Lo que quieren en una mujer no es una compañera de cama. […] No piden inteligencia ahí donde se manifiesta la mentira constante. Quieren, especialmente si son artistas, frescura, elegancia, humanidad, la capacidad de la maternidad. […]. No tragan vodka a todas horas, día y noche, no huelen los armarios porque no son cerdos y saben que no lo son. Beben sólo estando libres y en ocasión […]. Porque ellos quieren mens sana in corpore sano [“mente sana en cuerpo sano”].
Y así sucesivamente. Así es como son las personas cultas. Para ser culto y no quedar atrás, no es suficiente con haber leído Los papeles del club Pickwick o haber memorizado el monólogo de Fausto […]. Lo que necesitas es trabajar constantemente, día y noche, leer constantemente, estudiar, voluntad […]. Cada hora es preciosa para ti […]. Ven con nosotros, tira la botella de vodka, descansa y lee… Turgenev, si quieres, a quien además no has leído.
Tienes que deshacerte de tu vanidad, ya no eres un niño… pronto tendrás treinta.
¡Es tiempo!
Te espero… Todos nosotros te esperamos.
[Firma]
Notas:
* Probablemente “Palmin”, un poeta menor de la época [N. del T.]
** Probablemente Iván Krylov (1769-1844), fabulista, poeta y dramaturgo ruso.



jueves, 28 de julio de 2016

UN POQUITO DE LENGUA... El tiempo de Maricastaña

El tiempo de Maricastaña

Por Ricardo Soca ///
Cuando hablamos del tiempo de Maricastaña nos referimos a una época muy lejana, pero pocos saben quién fue ni en qué época vivió Maricastaña. Se citan «crónicas muy detalladas» registradas allá por el siglo XIV en Galicia, según las cuales habría existido en Lugo una rica terrateniente llamada María Castaña, casada con un tal Marín Cego.
Esta señora, que era mujer de armas tomar, participó activamente en las luchas de los hacendados contra los tributos abusivos cobrados por el obispo Pedro López de Aguiar. Según las crónicas, Maricastaña (así la llamaban) mató en una reyerta, con ayuda de su marido y de sus dos cuñados, al recaudador del obispo, Francisco Fernández. Un relato fechado el 8 de junio de 1386, documentado en los archivos de la diputación de Lugo, narra que ese día Maricastaña confesó sus delitos y fue condenada a donar todos sus bienes a la catedral.
A pesar de la vasta documentación existente en los archivos parroquiales de Lugo, no ha faltado quien afirmara que esta señora nunca existió, que solo sería un personaje de una leyenda celta, cuyo nombre era, en inglés, Auburn Mary (algo así como «María de color castaño»).
En todo caso, se trata de una historia muy, muy antigua… del tiempo de Maricastaña.

martes, 14 de junio de 2016

Descubre por qué no venden helado de uva

El helado es uno de los postres más ricos que el ser humano pueda degustar. Se tiene registro de que la primera heladería abrió en 1686, bajo el nombre de Café Procope, en París. Su dueño, Francesco Procopio dei Coltelli, un siciliano que prepara café y helados, se volvió famoso. Comenzó preparando de vainilla y chocolate, hasta llegar a incorporar otros sabores al postre frio. Pero, ¿algunas vez te fijaste en que no hay helado de uva?
Robert Green, el creador del refresco de helado, se trazó la meta de complacer a su clientela con un refresco de helado con sabor a uva. Cosa imposible porque esta fruta tiene una molécula llamada antocianina, lo que impide el congelamiento de la misma. Por más que haya intentado el señor Green, no pudo lograrlo. Simplemente no se congelaba de ninguna manera.
La empresa Baskin Robbins también lo intentó y falló, como era de esperarse. La compañía Ben & Jerry, en 1976 bajo la responsabilidad de un hombre llamado Ben, trabajó en el sabor. Todo por tratar de complacer a una mujer a quien él había prometido crear cualquier sabor de helado, ella pidió uno de uva, pues era su fruta favorita. Él conocía el difícil reto del helado de uva y llegó a pensar que no cumpliría la meta.


Sin nada qué perder, trabajó en ello. Comenzó a incluir la cáscara de las uvas para probar. Su experimento dio resultado y obtuvo el congelamiento. A mayor cantidad de antocianina, más fácil congela. Este era el truco y lo había conseguido gracias a las cáscaras donde se concentraba la molécula, todo esto sin tener mucho conocimiento científico sobre el tema.
La chica quedó impresionada con lo que Ben había hecho, la complació y él supuso la tenía en sus manos. Pero, sin darse cuenta, Ben hizo algo terrible. La mujer le dio a probar el helado a su perro y cuando quiso ofrecerle nuevamente, este yacía sin vida. La antocianina es veneno para perros y debido a la falta de conocimiento científico, el hombre desconocía totalmente este dato. Inmediatamente, Ben supo que su creación estaba perdida y que había destruido cualquier posibilidad, por mínima que fuese, de estar con aquella mujer.
Como buen ciudadano, informó a la industria farmacéutica el resultado y en 1982, se prohibió la producción de helados de uva, natural o artificial, no era permitido investigar sobre este sabor hasta que se descubriera más sobre los peligros para la salud. Actualmente, algunas heladerías sirven este sabor porque no es dañino para el ser humano.
Solo recuerda no compartir con tu perro, y mucho menos darle una uva.

Fuente: porquenosemeocurrioantes.com

Esta compañía NUNCA ha despedido a un empleado, descubre por qué

La compañía Victorinox es conocida a nivel mundial por fabricar las navajas suizas, artefacto creado para los ejércitos suizos, pero que con el tiempo se ha podido adquirir el producto sin pertenecer a la milicia. Más allá de fabricar las navajas, Victorinox destaca por una razón poco común.
 En 1884 esta compañía fue fundada y nunca se ha hecho un despido de personal. No importa los problemas económicos que se atraviese, Victorinox tiene un sistema que le permite pagarles a sus más de 900 empleados y siempre ha sido así. Los dueños decidieron guardar un porcentaje de dinero cuando las ventas son altas, para que cuando no vendan la cantidad estipulada, el sueldo de los trabajadores no se vea comprometido. Es decir, el recorte de personal no ha sido necesario. Además, ellos pueden trabajar por cierto tiempo con otras compañías y luego volver.
Para 2009, Victorinox hizo una fiesta para más de 100 empleados que tenían más de 40 años ininterrumpidos en la compañía de navajas suizas. Todo un ejemplo de compromiso con sus trabajadores.
Fuente: upsocl.com

domingo, 19 de agosto de 2012

El Cielo de Tenerife en TIMELAPSE-



Es un timelapse del cielo nocturno de Tenerife, es decir, cientos de fotografías tomadas cada x segundos y reproducidas como una animación.
Ponle sonido y disfruta de esta maravilla a pantalla completa, no te arrepentirás.






viernes, 10 de agosto de 2012

La leyenda del "Octavius"


barcofantasma

 
“Hasta ahora hemos estado atrapados en el hielo por 17 días. Nuestra posición aproximada es Longitud 160 O, Latitud 75 N. El fuego finalmente se extinguió ayer y el maestre ha estado tratando de encenderlo otra vez pero sin mucho éxito. Le ha dado la piedra a uno de los marinos. El hijo del maestre murió esta mañana y su esposa dice que ya no siente el frío. El resto de nosotros no siente lo mismo en esta agonía.”

En la mañana del 12 de agosto de 1775, el ballenero groenlandés Herald se las arreglaba para cruzar el Atlántico Norte cuando el silencio glacial fue roto por el grito del vigía. Al frente y al Oeste, por encima de un iceberg podían verse las puntas de unos mástiles a unos diez kilómetros de distancia. Lentamente, una goleta emergió por detrás de la masa de hielo y a través del telescopio el capitán del Herald pudo constatar que no había señales de vida. Las velas estaban desechas y todo el barco brillaba curiosamente bajo el sol, cubierto como estaba de escarcha.
El capitán ordenó acercarse y empezó a gritarle a la tripulación de la extraña embarcación, pero sólo el silencio respondió a su llamado. La goleta siguió imperturbable su aparente camino sin ruta. “Bajen la lancha,” ordenó el capitán Warren. “Voy a echar un vistazo.”
La tripulación del Herald, como buenos marinos supersticiosos hasta el tuétano, permanecieron inmóviles. No tenían las más mínimas intenciones de aventurarse en el barco fantasma, y sólo cuando el capitán empezó a imprecarles, los marinos acataron sus órdenes.
El capitán eligió a ocho hombres para que lo acompañaran, y remando llegaron hasta la proa del barco donde bajo una capa de hielo podía  leerse el nombre de la embarcación, Octavius. Ninguno había escuchado sobre ella jamás.
Desde el bote el capitán volvió a llamar a la tripulación, pero entre los ecos de su propia voz sólo escuchó el crujir de la madera y el silbar del viento entre las velas deshilachadas. Con cuatro de los hombres el capitán decidió subir a bordo.
La cubierta estaba tapada por el hielo y no se veía una sola persona sobre ella. Tras abrirse camino a través del hielo, decidieron bajar a los camarotes; donde consiguieron a veintiocho hombres congelados. Cada uno acostado en su litera y cubierto por capas y capas de cobijas y ropa. El frío había conservado sus cuerpos en perfecto estado y daba la impresión de que simplemente dormían la siesta.

En la cabina del capitán, el espectáculo fue el mismo. Su cuerpo estaba sentado en una silla frente a su escritorio. Las manos entrelazadas sobre las piernas y la cabeza tumbada hacia un lado con los labios entreabiertos. En una cabina detrás de la suya había tres cuerpos más. Una mujer estaba acostada en una camilla descansando su cabeza sobre el brazo, los ojos completamente abiertos viendo a un hombre con las piernas cruzadas sentado en una esquina en el otro lado del cuarto. En sus manos tenía un pedernal y una barra de metal. Frente a él, un puñado de aserrín cubierto de escarcha. La muerte lo había vencido tratando de encender un fuego. Junto a él estaba la chaqueta del marino. El capitán Warren la levantó y debajo de ella descubrió el cuerpo de un niño abrazado a un muñeco de trapo.

Los marinos del Herald habían visto más que suficiente y empezaron a pedirle al capitán que se marcharan. Pero el capitán les respondió que quería saber más. Bajó al depósito y no encontró ni un gramo de comida y cuando volvió a cubierta sus hombres estaban en pánico y le amenazaron con amotinarse. Contra todos sus deseos Warren tomó la bitácora del Octavius y regresó al Herald, desde donde pudo ver la goleta perderse sin rumbo en el horizonte para nunca más volver a saber de ella.

El capitán se retiró a su camarote a leer la bitácora y notó que faltaban todas las páginas del libro menos la primera y última. El marinero a quien se lo había encargado había dejado caer el resto en el mar.
En la primera el capitán del Octavius había escrito que habían partido de Inglaterra con rumbo a China el 10 de septiembre de 1761. Catorce años atrás. La última página tenía una sola anotación que estaba fechada el 11 de noviembre de 1762.

“Hasta ahora hemos estado atrapados en el hielo por 17 días. Nuestra posición aproximada es Longitud 160 O, Latitud 75 N. El fuego finalmente se extinguió ayer y el maestre ha estado tratando de encenderlo otra vez pero sin mucho éxito. Le ha dado la piedra a uno de los marinos. El hijo del maestre murió esta mañana y su esposa dice que ya no siente el frío. El resto de nosotros no siente lo mismo en esta agonía.”
Los ojos del capitán Warren volvieron a las palabras “Longitud 160 O, Latitud 75 N…” El significado era impresionante. En la fecha de la última nota en la bitácora, el Octavius había estado atrapado en hielo en el océano ártico, al norte de Point Barrow, Alaska. Miles de kilómetros de donde lo habían encontrado ese día. Un continente de hielo se extiende entre estos dos puntos.
Lo que el Octavius había hecho era pasar el legendario Paso del Noroeste. Por cientos de años se había buscado una ruta más corta entre el Atlántico y el Pacífico para llevar a cabo el intercambio comercial entre Asia y Europa. El Paso del Noroeste era un sueño para las potencias europeas de eliminar el largo viaje alrededor de la punta de Suramérica.
Aparentemente, el capitán del Octavius también había decidido encontrar el paso en vez de volver a casa alrededor de Suramérica. Pero como muchos otros antes que él, lo único que encontró fue la muerte.
Pero el Octavius había logrado el objetivo por si mismo. Año tras año había permanecido a flote, y sin nadie atendiendo el timón se había deslizado lentamente hacia el Este, aguantando la furia de los elementos hasta que finalmente llegó al Atlántico Norte. No fue sino hasta 1906 -ciento treinta y seis años más tarde- cuando otro barco, el Gjoa, comandado por el explorador noruego Roald Amundsen, logró cruzar el Paso del Noroeste.
Pero el Octavius había sido el primero, aunque su capitán y tripulantes hubiesen estado congelados por más de trece años.

Señales de humo






La cultura popular, debido a las clásicas películas de género western, o del oeste, como se suele decir, ha asociado las señales de humo con los indios nativos norteamericanos. Pero tiempo atrás ya se utilizaba este método de comunicación, sencillo y barato, aunque un poco limitado para enviar mensajes largos o complejos.

En la antigua China, los soldados apostados a lo largo de la Gran Muralla, alertaban de los ataques enemigos a través de señales de humo que viajaban de torre en torre. De este modo, según parece, en tan solo unas horas el mensaje de peligro recorrido centenares de kilómetros. Este uso me recuerda al Señor de los Anillos, cambiando el humo por enormes hogueras.

Como era de esperar, también está documentado el uso de este método por parte de los griegos en la antigüedad. El historiador Polibio, en torno al año 150 a.C., inventó un sistema que permitía la transmisión de información relativamente compleja. Asignando números a los caracteres alfabéticos griegos y utilizando varios fuegos o antorchas para transmitir dichos números, era capaz de traducir a este lenguaje basado en el humo, palabras completas. La traducción de letras a números se basaba en el conocido como cuadrado de Polibio, una idea básica que ha estado presente en la criptografía a lo largo de la historia.

Y para finalizar, también los nativos norteamericanos, si bien no fueron los pioneros, utilizaron las señales de humo. Cada tribu tenía su propio sistema de señales, aunque parece que en términos generales una bola de humo significa que se había de estar alerta, dos querían decir que todo estaba tranquilo y tres advertían de la existencia de problemas o peligros.

De la China antigua y de la Grecia clásica a los indios y de estos a nuestros días. Porque aún en la actualidad se siguen utilizando las señales de humo, aunque más bien como algo testimonial, todo sea dicho. ¿O acaso no recuerda usted esa humareda blanca que precede al Habemus Papam en Roma?

Paul Cézanne




Considerado el padre del arte moderno. Intentó conseguir una síntesis ideal de la representación naturalista, la expresión personal y el orden pictórico abstracto. Entre todos los artistas de su tiempo, Cézanne tal vez sea el que ha ejercido una influencia más profunda en el arte del siglo XX (Henri Matisse admiraba su utilización del color y Pablo Picasso, desarrolló la estructura de la composición plana de Cézanne para crear el estilo cubista). Sin embargo, mientras vivió, Cézanne fue un pintor ignorado que trabajó en medio de un gran aislamiento. Desconfiaba de los críticos, tenía pocos amigos y, hasta 1895, expuso sólo de forma ocasional. Estaba distanciado incluso de su familia, que tachaba su comportamiento de extraño y no apreciaba el carácter revolucionario de su arte. Cézanne nació el 19 de enero de 1839 en la ciudad de Aix-en-Provence, en el sur de Francia. Su padre era un banquero acaudalado. Fue amigo de infancia de Émile Zola y, al igual que éste, manifestó interés por el arte desde muy joven para disgusto de su padre. En 1862, después de una serie de encarnizadas discusiones familiares, el aspirante a artista recibió una pequeña asignación y fue enviado a estudiar arte a París, hacia donde ya había partido Zola. Cézanne se sintió de inmediato atraído por los elementos más radicales del mundo artístico parisino. Admiraba sobre todo al pintor romántico Eugène Delacroix y, entre los artistas más jóvenes, a Gustave Courbet y a Édouard Manet, que exponían obras que la mayoría de sus contemporáneos encontraban chocantes tanto por su estilo como por su temática. Muchas de las primeras obras de Cézanne estaban pintadas con pigmentos espesos y en tonos oscuros que recordaban al expresionismo romántico y melancólico de generaciones anteriores. Sin embargo, al igual que Zola en su empeño por desarrollar una narrativa realista, también Cézanne manifestó un interés progresivo en la representación de la vida contemporánea, quería pintar el mundo tal como se presentaba ante sus ojos, sin preocuparse de idealizaciones temáticas o afectación en el estilo.

La influencia más significativa en los comienzos de su madurez artística fue la de Camille Pissarro, pintor mayor que él aunque poco reconocido, que vivía con su numerosa familia en una zona rural a las afueras de París. Pissarro no sólo proporcionó al inseguro Cézanne el apoyo moral que necesitaba sino que lo introdujo en la nueva técnica impresionista para conseguir los efectos de la luz natural. Junto con Claude Monet, Auguste Renoir y unos pocos pintores más, Pissarro había desarrollado un estilo para trabajar al aire libre (en plein air) de forma rápida y a escala reducida, que consistía en utilizar pequeños toques de colores puros, sin recurrir a bocetos preliminares ni a dibujos. Pretendían atrapar de ese modo los efectos lumínicos fugaces así como su interpretación visual, también efímera, de la naturaleza. Bajo la tutela de Pissarro, en el corto periodo comprendido entre 1872 y 1873, Cézanne pasó de los tonos oscuros a los colores brillantes y comenzó a concentrarse en escenas de la vida rural. Aunque parecía poseer menos dominio técnico que los otros impresionistas, Cézanne fue aceptado dentro del grupo y expuso con ellos en 1874 y 1877. En general los impresionistas contaban con un éxito comercial limitado, y las obras de Cézanne tuvieron la acogida más desfavorable por parte de la crítica. Se distanció de muchos de sus contactos parisinos a finales de la década de 1870 y durante toda la década de 1880 pasó gran parte del tiempo en su Aix-en-Provence natal. A partir de 1882 dejó de trabajar en estrecha relación con Pissarro. En 1886 creyó ver referencias a sus fracasos, apenas disimuladas, en una novela de Zola y rompió sus relaciones con él, a pesar de que había sido su apoyo durante mucho tiempo. Ese mismo año heredó la fortuna de su padre y por fin, a la edad de 47 años, consiguió la independencia económica, aunque permaneció en su aislamiento social. El aislamiento y la concentración, así como la singularidad de su búsqueda, podrían señalarse como los responsables de la increíble evolución que sufrió su estilo durante las décadas de 1880 y 1890. En ese periodo, aunque continuó pintando directamente del natural con brillante colorido de tipo impresionista, fue simplificando de modo gradual la aplicación de la pintura hasta el punto de que parecía lograr expresar el volumen con sólo unas cuantas pinceladas de color yuxtapuestas.

Más adelante los expertos llegarían a afirmar que Cézanne había descubierto un modo de representar tanto la luz como las formas de la naturaleza simplemente mediante el color. Parecía reintroducir una estructura formal que los impresionistas habían abandonado, sin sacrificar por ello la sensación y vivacidad lumínica lograda por ellos. El propio Cézanne hablaba de modular el color en lugar de modelar el claroscuro de la pintura tradicional. Con ello se refería a que suplantaba las convenciones artificiales de representación (modelar) por un sistema más expresivo (modular) que se hallaba aún más próximo a la naturaleza o, como decía el propio artista, "paralelo a la naturaleza". Para Cézanne la solución a todos los problemas técnicos del impresionismo radicaba en utilizar el color de un modo más ordenado y expresivo que el de sus compañeros impresionistas. Cézanne consideraba que nunca llegaba a alcanzar plenamente su objetivo, por lo que dejó la mayor parte de sus obras sin acabar y destruyó muchas otras. Se lamentaba de su fracaso a la hora de representar la figura humana y, efectivamente, las grandes obras con figuras humanas de sus últimos años, como Bañistas (c. 1899-c. 1906, Museo de Arte, Filadelfia), revelan unas distorsiones curiosas que parecen dictadas por el rigor del sistema de modulación cromática que él mismo impuso sobre sus propias representaciones. Sin embargo, la generación posterior de pintores llegó a aceptar prácticamente todas las rarezas de Cézanne. Dicha generación creía que ya se habían formulado los objetivos naturalistas del impresionismo y que era necesario un estilo nuevo y original, sin reparar en la dificultad, para poder devolver al arte moderno sinceridad y compromiso. Durante muchos años la obra de Cézanne sólo fue conocida por sus antiguos colegas impresionistas y por unos cuantos artistas jóvenes radicales de la línea del postimpresionismo, entre los que se incluían Vincent Van Gogh y Paul Gauguin. Sin embargo, en 1895 Ambroise Vollard, ambicioso marchante parisino, organizó una exposición de sus obras y las promocionó con gran éxito durante los años siguientes. Hacia 1904, Cézanne alcanzó la consagración en uno de los grandes salones oficiales de pintura y cuando murió (en Aix, el 22 de octubre de 1906) había logrado un prestigio considerable. Muchos pintores jóvenes viajaron hasta Aix-en-Provence para verle trabajar y pedirle consejo durante los últimos años de su vida. Sin embargo, tanto su estilo como sus teorías continúan siendo misteriosas y crípticas; para unos era un pintor primitivo ingenuo y para otros un complicado maestro en los procedimientos técnicos. Aunque todos están de acuerdo en que la intensidad de sus colores, unida al aparente rigor de la estructura compositiva, indican que, a pesar de la frecuente desesperación del propio artista, había sintetizado los elementos básicos de representación y expresividad de la pintura de un modo muy personal.

Algunas de sus obras:



Bodegón con pañería (1904)



Martes de carnaval (1888)



Le chateau noir (1904)



Los jugadores de naipes (1892)



Los grandes bañistas (1905)



Naturaleza muerta con manzanas y naranjas (1899)



El padre del artista (1866)



Casa del Dr. Gachet en Auvers (1873)



El puente de Maincy (1880)



El monte Sainte Vintoire (1900)



El rapto (1867)



La casa del ahorcado (1863)